El 23 de junio de 2001, a las 15:33 horas, la tranquilidad de la región sur del Perú fue brutalmente interrumpida. Un terremoto de magnitud 6.9 (Ms 7.9) sacudió con fuerza la tierra, dejando a su paso una estela de destrucción y desesperación. El epicentro se localizó a 82 kilómetros al noroeste de Ocoña, en el departamento de Arequipa, pero los efectos del caos se sintieron hasta en Chile y Bolivia, abarcando un vasto territorio de dolor y pérdida.
En Arequipa, el sismo desató el caos. La ciudad blanca, conocida por su arquitectura colonial, vio cómo sus históricas estructuras sucumbían ante la furia de la naturaleza. La Catedral de Arequipa, un ícono de la ciudad, sufrió graves daños, con una de sus torres colapsando al suelo. Mientras tanto, los habitantes corrían a las calles, aturdidos y asustados, buscando la seguridad en medio de la creciente confusión.
El terremoto no solo fue notable por su fuerza, sino también por su complejidad sísmica. Los registros mostraron un proceso de ruptura heterogéneo y una propagación de la onda sísmica que generó un ondulamiento en la superficie. Durante los días siguientes, 134 réplicas, algunas de considerable magnitud, sacudieron aún más a las poblaciones ya devastadas.
La furia del mar en Camaná
Camaná, un balneario costero, fue uno de los lugares más afectados. Tras el sismo, el mar retrocedió hasta 80 metros, una señal ominosa de lo que estaba por venir. Natalia de Fernández, residente de La Punta, describió con horror cómo las olas gigantescas, de hasta tres pisos de altura, avanzaron implacables sobre la costa, destruyendo todo a su paso. Las familias intentaron huir hacia las colinas, pero para muchos, especialmente los niños, no fue suficiente. Las olas alcanzaron hasta 200 metros tierra adentro, engullendo hogares y dejando a decenas atrapados.
La devastación se extiende
Más allá de Arequipa y Camaná, otras regiones también sufrieron. En Moquegua, Tacna y Ayacucho, miles de casas fueron destruidas. Los sobrevivientes, temerosos de las réplicas, pasaron noches enteras al aire libre, temiendo que sus debilitadas viviendas pudieran colapsar en cualquier momento. Las carreteras, incluida la Panamericana Sur, quedaron intransitables, y los servicios esenciales de electricidad, agua y comunicación fueron interrumpidos, sumiendo a la población en la oscuridad y el aislamiento.
Respuesta internacional y nacional
La magnitud del desastre atrajo la atención y la ayuda internacional. El Papa Juan Pablo II ofreció sus oraciones y llamó a la acción global. Los Estados Unidos enviaron rápidamente 100 mil dólares en ayuda humanitaria, proporcionando abrigos, tanques de agua y mantas. Aviones cargados con 200 toneladas de suministros aterrizaron en el aeropuerto de Arequipa, listos para ser distribuidos a las zonas más afectadas.
En el plano nacional, el Sistema de Defensa Civil se movilizó para coordinar los esfuerzos de rescate y ayuda. Sin embargo, la devastación era abrumadora. Los informes revelaron cifras alarmantes: 73 muertos en Arequipa, 24 en Moquegua, 13 en Tacna y 5 en Ayacucho. Miles de heridos y desaparecidos se sumaban a una lista creciente de tragedias personales.
Cifras del Horror
Según los datos oficiales, el terremoto dejó un saldo de 1,389 heridos y 53 desaparecidos. Más de 73,000 personas quedaron sin hogar, y 21,189 viviendas resultaron afectadas o destruidas. Arequipa, la ciudad más golpeada, reportó 73 muertos y 6,281 casas destruidas. Moquegua y Tacna también sufrieron grandes pérdidas, con miles de viviendas inhabitables.
El terremoto del 23 de junio de 2001 será recordado como uno de los desastres más devastadores en la historia reciente del sur del Perú. La resiliencia y el espíritu comunitario de los afectados, combinados con la respuesta internacional y nacional, fueron fundamentales para la recuperación. Pero la memoria de aquellos días terribles perdurará, recordando a todos la poderosa fuerza de la naturaleza y la vulnerabilidad de la vida humana frente a ella.